En la piratería atlántica, corsarios y piratas tendieron a confundirse, ya que los monarcas franceses e ingleses otorgaron patentes de corso para atacar naves y plazas de un país con el que no siempre estaban en guerra, como era España. La gran piratería atlántica moderna empezó hacia 1521 y terminó con las guerras de independencia americanas (1808-1825); su época dorada fue el período comprendido entre 1568 y 1722, cuando la fomentaron los franceses e ingleses durante la formación de sus colonias americanas. Cuando éstas fueron ya importantes, a comienzos del siglo XVIII, ambas naciones se volvieron contra los piratas y los exterminaron u obligaron a pasar al Pacífico o a los mares africanos.
La piratería americana se nutrió con la
emigración de una población europea empobrecida, con las riquezas transportadas
en las flotas españolas y con la debilidad de las poco pobladas colonias
españolas. La iniciaron los franceses con Juan
Florín en 1521, un pirata que se convirtió en corsario de Francisco I
de Francia y actuó primero en el Atlántico entre la costa andaluza y Canarias y
posteriormente en América. También se estacó el corsario François Le Clerc (primero de los muchos que
se apodaron Pata de Palo), que saqueó La Palma. Ya en América, sobresalieron
Robert Wall, que tomó La Habana en
1543; Jacques Sore, un fanático
hugonote que conquistó Santiago de Cuba en 1554. Luego empezó a actuar Richard Hawkins, verdadero maestro de los
piratas y corsarios ingleses. Durante esta etapa, la "reina virgen" inglesa
lanzó contra España sus perros del mar o corsarios, piratas en realidad,
pues no existió declaración de guerra entre ambas monarquías de 1569 a 1588:
Hawkins padre e hijo, Cumberland,
Raleigh, Parquer, etc. Francis Drake fue el más famoso de todos,
gracias a sus correrías por el istmo de Panamá y las Antillas, a la vuelta al
mundo que dio en 1578 capturando varios mercantes españoles. Fue nombrado
caballero y luego almirante, y se distinguió en la batalla contra la Armada
Invencible. Los corsarios holandeses empezaron a actuar en esta etapa,
sobresaliendo Van Noort y
Spielbergen. Durante la tercera etapa el corso inglés fue
suplantado por el holandés, auspiciado por la recién creada Compañía de las
Indias Occidentales, con figuras como L´Hermite (que murió asaltando El Callao en
1623), Hauspater (que tomó Santa
Marta en 1630), Schouten o Boudewijn
Hendrijks (Balduino Enrico), y sobre todo Pieter Piet Heyn, que tras asaltar Salvador de
Bahía logró el sueño dorado de todo pirata: en 1628 se apoderó de la flota de
plata de la Nueva España (más de 11 millones de florines), por lo que alcanzó
fama de héroe nacional. Importantes fueron también Cornelius Goll o Cornelis Jol, alias Pata de
Palo, que atacó Cuba, Santo Tomé y Santa Marta, y Hendrik Brouwer.
La Guerra de los Treinta Años
acabó con el acoso de los holandeses en la América Española. Esta etapa le
continúa la presencia de los bucaneros, que aparecieron en el Caribe a fines del
primer cuarto del siglo XVII. Ocuparon primero la isla de San Cristóbal y luego,
en la costa dominicana, la Barbada y la Tortuga. De los bucaneros reunidos en la
isla de la Tortuga surgieron hacia 1640 los filibusteros, que crearon la famosa
Hermandad de la Costa, una república libertaria de auténticos piratas
igualitarios gobernados por un Consejo de Ancianos. Entre sus capitanes
destacaron Mansfield y
Grammont. Desde 1656 hasta 1671 transcurrió el gran período
filibustero, cuando estos piratas sirvieron temporalmente a Francia o Inglaterra
desde sus guaridas en Tortuga, Santo Domingo y Jamaica. Esto les permitió operar
con mayor comodidad en el Caribe, pero perdieron su característica libertad e
independencia y se convirtieron en unos piratas al servicio de estas naciones.
Sus capitanes más notables fueron Mansvelt, El
Olonés y Morgan. Este último logró conquistar la ciudad de
Panamá en 1671, donde se apoderó de la plata que había llegado con la flota
española del Perú: salió del territorio panameño con 175 mulas cargadas de oro,
plata y joyas.
Entre 1672 y 1722 sobrevino el ocaso de la piratería, perseguida por las flotas
inglesa y francesa, que necesitaban asegurar los mares para el comercio de sus
nuevas colonias. Todavía hubo algunos personajes destacados, como Granmont y Lorencillo, pero el
oficio fue desapareciendo. El acoso inglés a sus filibusteros les obligó a
abandonar el Caribe y huir a las costas norteamericanas, al Pacífico e incluso
al Viejo Mundo. Francia siguió amparando a los suyos durante los conflictos que
mantuvo con España, Holanda e Inglaterra, pero también los persiguió al terminar
la Guerra de Sucesión Española. Rediker ha señalado que entre 1716 y 1718 había
en el Caribe más de 1.500 piratas, que se redujeron a unos mil entre 1719 y 1722
y a sólo unos 200 en 1726. Los filibusteros trasladados al Pacífico americano no
pudieron librarse de la persecución española. En cuanto a los de las costas
norteamericanas, subsistieron gracias a la benevolencia de los gobernadores de
las colonias inglesas, principalmente de Nueva York y Carolina, hasta que
recibieron órdenes de apresarlos. Los piratas se quedaron sin protectores y sin
guaridas y tuvieron que extinguirse en el mar, con sus banderas negras izadas y
luchando contra las armadas reales. Los que sobrevivieron, una legión de piratas
suicidas, escribieron la página postrera de la piratería americana, figuras como
Edward Teach o Sangrenegra, Gant, Charles Vane y Jack Rackham
"Calico", maestra de las mujeres piratas Anne Bonny y Mary Read. Entre los
muchos que se marcharon al Índico destacaron Bartolomé Roberts, Edward Low y John
Fly. En este período el corso español fue apreciable; dio figuras
como los santiagueros de Cuba Pedro Algarín
y Manuel Castañeda, Damián Salas, Manuel Duarte,
Pedro Reinaldo, Miguel Ramos y, sobre todo, el
puertorriqueño Miguel Henríquez. Los
últimos representantes de la piratería americana fueron nuevamente corsarios.
Ingleses y franceses operaron durante la Guerra de los Siete Años y muchos de
los primeros se dedicaron luego al contrabando y a la trata esclavista directa
desde África. Las guerras independentistas, primero de los Estados Unidos y
luego de Iberoamérica, propiciaron así mismo nuevos brotes de piratería y corso,
pero al terminar el conflicto se les persiguió duramente.
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