Un monje, Martín Lutero, profesor de Teología, encabezó el movimiento, argumentando que la Iglesia se había separado de las enseñanzas bíblicas de Jesús, en quién se basa el cristianismo, desafiando la autoridad del Papado.
Su ruptura con la Iglesia católica-romana puso en marcha la Reforma Protestante, con doctrinas como el sacerdocio universal, que implicaba una relación personal directa del individuo con Dios sin ninguna institución de por medio o la libre interpretación de las Sagradas Escrituras.
Origen del término
El protestantismo o palabra protestante fue impuesto como un apodo peyorativo para aquel grupo de 5 príncipes electores y 14 ciudades imperiales alemanas que se arriesgaron a expresar su protesta, o testimonio público de objeción, en la Dieta de Espira de 1529, contra el Edicto de Worms que proscribía creer y enseñar las doctrinas luteranas en aquellas localidades del Sacro Imperio Romano Germánico donde aún no eran conocidas, pero que entregaba completa libertad al clero para rebatirlas y perseguirlas en aquellas localidades del imperio germánico en que ya se habían implantado:
Protestamos por medio de este manifiesto, ante Dios, nuestro único Creador, Conservador, Redentor y Salvador, y que un día será nuestro Juez, como también ante todos los hombres y todas las criaturas, y hacemos presente que nosotros, en nuestro nombre y por nuestro pueblo, no daremos nuestro consentimiento ni nuestra adhesión de manera alguna al señalado decreto, en todo aquello que sea contrario a Dios, a su santa Palabra, a los derechos de nuestra conciencia y a la salvación de nuestras almas... Al mismo tiempo esperamos que su Majestad imperial se comporte con nosotros como príncipe cristiano que ama a Dios sobre todas las cosas, y declaramos que estamos dispuestos a prestarle a él, lo mismo que a vosotros, graciosos y dignísimos señores, todo el afecto y la obediencia que creemos deberos en justicia. (Paráfrasis del Protestatio presentado ante la Dieta de Espira el 19 de abril de 1529.)Al despedirse la Dieta de Espira, se siguió haciendo caso omiso de la reclamación de los «protestantes» (que preferían autodenominarse «estados cristianos», o bien «afines al evangelio» y, más tarde, «estados evangélicos»).